ATENCIÓN: Mis reflexiones son tan atropelladas como lo soy yo cuando cuento algo. ji

miércoles, 24 de septiembre de 2008

El peso de la verdad

Hay cosas que aprendí y nunca volveré a hacer, y hay otras cosas que, pese a haberlas aprendido, nunca puedo dejar de hacer.
El año pasado me enfrenté a una depresión bastante complicada. Todo nació de mi necesidad de verme y sentirme como la mujer más fuerte del mundo, aquella que no podía demostrar fragilidad o vulnerabilidad. Fue así como postergué mi luto por la pérdida de mi abuelita para sentirlo después: después de mis finales, después de recibir la mesa directiva de la FEPUC, después del inicio de clases, después... después... Hasta que en abril perdí al único abuelito que me quedaba vivo. Estas pérdidas me hicieron ver que ya no podía postergarlo más. Opté, de una forma inconsciente, por ya no darle largas, pero al rato encontré la manera de ahogar mi llanto y mi dolor con el estrés del trabajo. Fue así que mis noches se hicieron más cortas porque me sumergí en un mar de responsabilidades que me consumían, y de ideales que me empujaban a seguir y seguir.
De alguna manera, en algún lugar del camino, me olvidé a mi misma y me perdí. Seguía siendo fuerte, pero cuando me quebraba lo hacía de la manera más extrema y sentida. Era otra persona y mi ex enamorado fue el primero en sentirlo, mi esencia se había esfumado. ¿Quién era? ¿Dónde había quedado la chica fuerte, resuelta, decidida, alegre, pícara, jodida, etc.? Tenía el mismo ímpetu que ahora, sin embargo siento que más era el hecho de rebelarme al llanto que por tener un norte claro y una base estable.
Bueno, cuando me reencontré prometí no dejarme a mi suerte nunca más. Curé mis heridas como quien cura a una niña, me hinqué ante mí misma, cogí un pañuelito y sequé las lágrimas de la Ingrid que abandoné y le prometí que no le volvería a hacer lo mismo. Con mucha paciencia tendí mi mano hacia mí misma y me animé a pararme y seguir (ciertamente, nunca me detuve). Con el tiempo nos volvimos una nuevamente, la Ingrid que chambea harto y se lanza sobre sus proyectos con pasión y la que siente mil cosas, es vulnerable y que, simplemente, se deja ser.
Todo esto está muy bien, hasta que… hace poco un amigo mío, que es tan empático y medio brujildo como yo, me dijo directamente y de la manera más cruda: “Te sientes muy sola, hay mucha soledad en tu corazón. Entiende que no todo es trabajo y trabajo, que si no te sientes feliz en el amor no podrás brillar con todo el brillo que tienes”. En sus ojos podía ver que sentía pena por mí.
Ese día decidí no darle mayor importancia a sus palabras. Extrañamente, el resto de nuestra conversación había tenido un impacto muy positivo en mí. Pero al día siguiente, estando conmigo misma, esa frase empezó a hacer un eco en mi mente que no me dejaba en paz. De pronto empecé a sentirme muy triste.
Sí pues, me siento sola, quizás más de lo que realmente debería.
Encontré de mera casualidad -sin buscarlo, sin querer encontrarlo (recuerden cómo disfrutaba mi reciente hallazgo: mi soledad), sin desearlo -a un chico maravilloso con el cual, por el momento, no puedo establecer nada por detallitos sin importancia. Y estas ganas de compartirlo todo con él acentúan la tristeza que siento por encontrarme sola. La soledad ya no es más vista con ojos de diversión y expectativa, sino más bien con resignación.
Pero quizás es más triste lo que, luego de seguir analizándolo todo, descubrí: la triste sorpresa de que nuevamente empezaba a hacer lo mismo. Reemplazaba mis espacios para llorar, si me daba la gana, por espacios de trabajo. Es cierto, no rozo ni por casualidad los extremos desquiciantes a los que llegué el año pasado; pero, ciertamente, algo de la misma receta empezaba a hervirse en este caldo.
Por otro lado, excusas uno puede encontrar siempre. ¿Para qué me iba a preocupar por algo sobre lo cual no tengo pleno manejo cuando podría dedicarme más a algo que sí depende de mí, como mis proyectos, el trabajo, el inglés, el francés, etc.? ¿Para qué dejarme arrastrar por un sin sentido sobre algo que, finalmente, puede ser prescindible? De alguna manera empecé a pensar que uno no puede tenerlo todo ni tener la vida perfecta. Tendría perros y gatos y amantes esporádicos.
Huevadas!!! Sí me merezco lo mejor del mundo, me lo merezco todo y bien. Soy una linda persona, chévere, inteligente, dedicada y laboriosa. Podría seguir con mi lista enorme de virtudes y una pequeñita de defectos (jajajaja). El punto es que siento que me merezco ser feliz y que la vida me sonría a plenitud. Quizás el amor no me llegue mañana, pero me tiene que llegar. Curuju!


viernes, 5 de septiembre de 2008

Sabor a mí




Tanto tiempo disfrutamos de este amor
nuestras almas se acercaron tanto a si
que yo guardo tu sabor pero tú llevas también
sabor a mí.
Si negaras tu presencia en mi vivir
bastaría con abrazarte y conversar,
tanta vida yo te dí que por fuerzas llevas ya
sabor a mí.
No pretendo ser tu dueño
no soy nada, yo no tengo vanidad,
de mi vida doy lo bueno
soy tan pobre que otra cosa puedo dar.
Pasarán más de mil años, muchos más,
yo no sé si tenga amor la eternidad
pero allá tal como aquí, en la boca llevarás
sabor a mi.

Este bolero de antaño me hizo recordar que ya se inventó la novedosa forma de que todos lleven en la boca sabor a mí. No me creen? Pues les cuento que es muy facil en realidad.
Hace unos días un amigo y yo, luego de salir de tomar unos pisco sours en el bar del hotel Bolivar, nos abocamos a la búsqueda de yuquitas fritas (no pregunten, al señor se le antojaron), al no encontrarlas y con mi deuda aún pendiente me dijo: "Bueno, entonces invítame unos helados". Lo primero que pasó por mi mente fue llevarlo a Esbary, una fuente de soda palestina que está en jirón de la unión a pocos metros de Miró Quesada, porque sé que preparan helados muy ricos. Al llegar él empezó a ver todos los sabores. Yo me quedé pegado a uno, no lo podía creer ¿era posible eso? ¿existe un helado con sabor a mí?
Mi amigo se pidió una bola de "no me acuerdo qué sabor" y una bola de mí (jajaja, suena cachondo eso, jajaja). Yo pedí una bola de coco y otra de mí, of course, aunque suene demasiado egocéntrico y casi onanístico (jajajaja). Pero tenía que darme una probada a mí misma, obvio.
Puedo confesarles, modestia aparte, que estaba deliciosa!!! Tanto que mi amigo me dio curso en dos lamidas, jajaja. Pasu, fue brutal!!!
Bueno, si quieren darme una probadita por unos módicos 4 soles las dos bolas (mierda!! que barata soy!), ya saben donde hacerlo. Por lo pronto, saliendo del trabajo me daré una vuelta por allá.

lunes, 1 de septiembre de 2008

De regreso


La mañana fue muy apresurada y no tuve tiempo de sentir la bienvenida de mi Lima adorada, pero ahora por la tarde, saliendo del trabajo siento la tosca caricia de este viento frío en mis mejillas y siento que mientras le pido disculpas ella, a Lima, ella me perdona.
Al salir rumbo al paraíso me di cuenta que por primera vez en mi vida dejaba la ciudad que tanto adoro atrás sintiendo la necesidad de escapar de ella, sintiendo que me ahogaba entre sus calles y la rutina. Que fea sensación!!!
Llegué al terminal de Oltursa (que tal cherry!!!) y me encontré con Caroline (o Cargroline, como le digo con acento dizque francés), nos dimos el latón del mundo con todos nuestros q'ipyis a cuestas hacia Metro a comprar las provisiones -faltaba más, en un viaje la comida es lo que menos puede faltar-.
Luego de llamar a mi madre adorada subimos al bus, con mucha alegría de poder ir a disfrutar del sol, mar y arena. El bus partió y, claro, no faltaron las comedias románticas cagonas que me tuvieran a punta de mocos todo el camino. Espero que Caroline no se haya dado cuenta.
Esperaba tener un panorama distinto de la vida cuando llegara. Lo que me encontré cuando amaneció en la carretera fue mi vista panorámica del bus toda cagada. Será señal de algo?- me pregunté.
Decidimos no tomarnos fotos con esas caras y en esas condiciones, era como si nos hubiesen sacado de una pela de acción del fin del mundo. Primero la ducha respectiva y a caminar.
El camino de Máncora hacia Pocitas fue muy divertido, lleno de conversaciones y de un paseo guiado dizque por mí (jajaja). En el camino aproveché para conversar con el mar y conmigo misma, y agradecer un poco la suerte de pisar esas arenas por segunda vez en mi vida. Pensé un poco en lo que quería y todo fue tomando forma, así como lo predije, la distancia iba a hacer lo suyo. Más tarde el vino haría lo propio también.




Por la tarde decidimos salir a tomar sol bajo el cielo nublado, esperábamos quemarnos un toque, aunque sea con la resolana. Ese fue el momento en el que más pude pensar y... dormir, jajaja .
Mientras mi amiga leía yo clavaba mi mirada en el horizonte, esperando que una ola del mar trajera consigo las respuestas que andaba buscando. Al quedarme dormida, entre sueños aparecieron algunas, una de ellas era claramente que buscara en mí y encontrara la tranquilidad para sopesar las cosas, que esto era urgente.

Ya era de nochecita, Caroline me dijo que era época de luna nueva, debe de haber sido así porque la condenada nunca nos alumbró, pero a pesar de ello tenía el flash de mi cámara y un cielo bello con estrellas. Allí, frente al mar, tomando fotos y vino en vaso, nos contamos muchas cosas y mientras hablaba de ellas me daba cuenta de que muchas habían dejado de dolerme y que otras tomaban un lugar ansiosas porque les preste pronta atención y vea la mejor manera de tratarlas. Fue así que me di con la certeza de que me estoy enamorando seriamente.
El domingo fue un día de placer y de disfrute del sol y el mar, de ver chicos cueros paseando frente a nuestros ojos mientras yo me deleitaba con una muy sana admiración de sus bellas figuras (ok, confieso, soy una mañosona del mal! quien no lo es que tire la primera piedra, pero un toque lejos de mi plis, no vaya a ser que me caiga).
Fue difícil despedirme de Máncora, de su mar y de su paisaje, del lindo fin de semana junto a una gran amiga. Pero creo que a esta tierra norteña también le dio pena despedirse de nosotras, porque justo cuando nos disponíamos a salir de la playa empezó a llover. Me fui con la firme promesa de volver. Estaba muy agradecida con las cosas que pude recobrar, fuerzas, energías, nuevas perspectivas, paz.
El viaje hizo su parte, ahora me toca a mí enfrentarme a mis rollos personales y sacarme adelante, como siempre. Ser feliz y brillar más que nunca.